Unos breves apuntes biográficos de Santa Teresa de Jesús y su paso por la ciudad de Toledo en el siglo XVI, por Carlos Dueñas Rey.
«Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta»
Teresa de Jesús.
Teresa Sánchez de Cepeda y Ahumada (Ávila 28 de marzo de 1515 – Alba de Tormes 15 de octubre de 1582), fue un personaje del siglo XVI que no deja indiferente a nadie, como ella misma decía: “Basta ser mujer para caérseme las alas”.
Vivió y tuvo que luchar en una época difícil contra molinos irreductibles, igual que hiciera don Quijote, precisamente por el desprecio al que era sometida la mujer y a la persecución de la Inquisición contra el libre pensamiento. Religiosa, mística, escritora, doctora de la Iglesia Católica y fundadora de las Carmelitas Descalzas, nació en una familia de origen judío y su vida fue una constante aventura, junto con San Juan de la Cruz, el otro místico español, a quien por su corta estatura llamaba «mi medio monje», consiguieron reformar el Carmelo, lo que a veces les costó juicios, no pocos problemas e incluso la cárcel en el caso de este último y el confinamiento para Teresa.
No pretendo que sea este capítulo una biografía de la «santa andariega», ya lo han hecho y -muy bien por cierto- muchos historiadores y biógrafos, solo quiero centrarme en sus estancias en Toledo en una de las cuales fundó el primer convento de carmelitas descalzas en nuestra ciudad, no sin trabas ni impedimentos.
Se alojaba Teresa cuando venía a Toledo en casa de doña Luisa de la Cerda, viuda de don Antonio Arias y aquí se encontraba muy a gusto y acomodada pues gozaba de atenciones a las que Teresa -perteneciendo a una familia muy numerosa-, no estaba acostumbrada y según todos los datos fue en esta residencia, que todos conocemos como la Casa de Mesa, donde la santa de Ávila comenzó su carrera literaria, pues hizo buena aquella cita de Virginia Woolf cuando dice que una mujer para escribir lo único que necesita es una habitación propia e independencia económica. De esta manera en Toledo escribió el «Libro de la Vida» e inició «Camino de perfección» En esta ocasión la acompañaban las religiosas Isabel de San Pablo e Isabel de Santo Domingo y con ellas se dispuso Teresa a fundar en la ciudad de los cuarenta conventos.

Se dio la circunstancia que un mercader muy rico llamado Martín Ramírez, quiso dejar toda su hacienda para obras de misericordia en alguna parroquia; un jesuita llamado Pablo Hernández le convenció para que dicha fortuna fuese empleada para la fundación de un convento, motivo que aprovechó la futura santa para poder cumplir su gran sueño: hacer la quinta fundación en Toledo comenzando a tratar con los albaceas del santo varón Martín Ramírez.
Cuando llevaba cerca de dos meses en Toledo y no obtenía licencias necesarias para fundar, decidió pedir audiencia al gobernador de la diócesis, que era el canónigo Gómez Tello Girón, pues el arzobispo Fray Bartolomé de Carranza estaba preso en Roma, acusado de herejía y sumido en un penoso proceso. Teresa era conocida por ser una gran negociadora en la compra-venta de casas además por su tenacidad en la consecución de lo que se proponía y no fueron fáciles las negociaciones con Tello Girón, ante las reiteradas negativas de éste a recibirla, cuentan los historiadores que Teresa sin respetar el cargo eclesiástico que ostentaba y sin amedrentarse le espero a la salida de una iglesia y le recriminó lo siguiente:
«Recia cosa es que haya mujeres que quieren vivir con tanto rigor y perfección y encerramiento y, que los que no pasan nada de esto, sino que están regalados, quieran estorbar obra de tanto servicio a nuestro Señor»
Parece ser que tras estas duras palabras el gobernador de la diócesis concedió los permisos a Teresa.
Y es que el mayor problema que argüía Tello Girón era que en Toledo no cabía ni una comunidad ni una monja más, pues eran muchos los conventos que había en la ciudad y que era a todas luces imposible y no le faltaba razón al clérigo pues no era fácil encontrar una casa en la bulliciosa ciudad para albergar otro monasterio y también presionado en contra por las otras órdenes mendicantes.
Ante esta dificultad sobrevenida, comenzó Teresa a tener negociaciones con Alonso Álvarez y su yerno Diego Ortiz para que le procurasen una casa, pero cuenta la tenaz monja que la pedían muchas condiciones que no podía cumplir. Más tarde conoció a un fraile franciscano llamado Martín de la Cruz que era muy reconocido por su virtud y que le dijo a Teresa que él mismo la procuraría una casa para su proyecto y de esta manera la puso en contacto con el estudiante Andrada quien desde el primer momento se mostró solícito a ayudarla en lo que fuera menester. Cierto día estando Teresa en misa en la Compañía de Jesús, vino a decirle que ya tenía casa, muy cerca de la iglesia de Santo Tomé y que en breve le haría entrega de las llaves. Era una casa pequeña adosada a otro solar, pero ante este hecho y con su especial gracejo, la santa andariega dijo que para fundar un convento solo hacían falta “dos monjas y una campanilla”.
Pues dicho y hecho, ya entrada la noche del 13 de mayo de 1569, un grupo compuesto por las tres monjas y dos operarios hicieron la pequeña mudanza desde el palacio de doña Luisa de la Cerda hasta la casa que les procuró Andrada a través de las oscuras calles toledanas.
A la mañana siguiente un padre carmelita calzado que las acompañó con los sagrados aperos, dijo misa en un improvisado altarcito y un notario dio fe quedando por tanto fundado en Toledo el nuevo «palomarcico de la Virgen» que era como llamaba Teresa a sus conventos.
Cuentan los vecinos que aquella madrugada, ni cortas ni perezosas se armaron las monjas de herramientas y martillos y derribaron un tabique que las estorbaba para dar mayor amplitud a las dependencias; comenzaron su vida monacal las monjitas solamente con unos jergones y unos lienzos, pero en seguida empezaron a llegarles toda clase de enseres y regalos que a veces no eran del agrado de las hermanas al sentir pena porque se les iba acabando la pobreza.
No pasó mucho tiempo cuando recibieron un anticipo de la herencia del generoso mercader, la madre compró una casa en la calle Núñez de Arce, justo al lado de la capilla de San José, en las casas que pertenecieron a los condes del Vado y de Güendulain, donde estuvieron las monjas más amplias. Pero este lugar era por donde subían las carretas al centro de la ciudad y los carreteros al arrear a las bestias, dicen que no escatimaban en exabruptos y blasfemias contra el Altísimo, Su Santísima Madre y toda la Corte Celestial, cosa ésta que molestaba mucho a las monjas en su silenciosa y sagrada clausura, por tanto, empezaron a pensar en buscar nuevo acomodo que consiguieron donde estuvo el convento de las capuchinas, aunque otros cronistas citan que hubo ciertas desavenencias con los albaceas del rico mercader y tuvieron que abandonar la espléndida casa del Torno de las Carretas, hoy Núñez de Arce.
Estando en este convento tuvo que sufrir Teresa una de los hechos más dolorosos de su vida, pues en una de sus visitas a Toledo después de la fundación, llegó una orden del superior de la Orden desde Roma en la que se exigía a la enérgica monja que se recluyese en el convento que ella eligiera y que se abstuviese de fundar más conventos. Ella obedeció lógicamente y decidió quedarse en el de Toledo. Este hecho penoso fue en cambio muy fructífero pues en el encierro impuesto, Teresa escribió mucho, acabó «Camino de perfección», perfeccionó el «Libro de las fundaciones» y dio forma a «Las moradas» o «Castillo interior» además redactó multitud de cartas contestando a todas las personas que la escribían.
Ávila la vio nacer, pero en Toledo escribió Santa Teresa lo mejor de su prosa y en nuestra ciudad conoció además del mencionado San Juan de la Cruz a Francisco de Borja que también alcanzaría la santidad y también se entrevistó en varias ocasiones con Pedro de Alcántara de quien dijo que parecía hecho de raíces de árboles, incluso tuvo un infeliz encuentro con la princesa de Éboli. Fascinante fue aquel siglo XVI, caracterizado por ciertos aires de libertad en todos los sustratos sociales y que dio tantos y tan variados personajes inolvidables que en Toledo estuvieron y moraron y sin duda uno de ellos fue Teresa Sánchez de Cepeda y Ahumada.
Muchas veces vino a Toledo la indomable religiosa, cierto día marchó y ya no volvió a la ciudad que vio nacer a su familia paterna sino en algunas reliquias que aquí se guardan. Siempre llevó santa Teresa a Toledo en su mente y en el corazón, aunque en ocasiones no fue fácil su estancia en esta ciudad conventual. Antes de partir definitivamente el 8 de junio de 1580 tras un ataque de perlesía, tuvo en su celda la visión de Cristo atado a la columna. A este convento de San José llegó el mencionado san Juan de la Cruz en su «Noche Oscura» tras escapar del tormento de los calzados
Poco tiempo después el 15 de octubre de 1582 falleció la incansable monja en olor de santidad rodeada de sus «hijas» a las que muchas veces reprendía cuando las sorprendía discutiendo diciéndoles:
«Hallase el mundo ardiendo y aquí están vuesas mercedes discutiendo por naderías»
“La Madre Teresa es una gran mujer de tejas abajo, y de tejas arriba muy mayor” P. Pablo Hernández, jesuita.
Actualmente el convento de carmelitas descalzas se encuentra situado pegado a la muralla, al lado de la Puerta del Cambrón.
TEXTO: CARLOS DUEÑAS REY
Más información: Santa Teresa de Jesús en Toledo. D. Agustín Rodríguez y Rodríguez. Revista Toletum, Núms. 14 y 15, enero-junio de 1923.