Curiosamente hasta la fecha no habíamos dedicado un artículo en exclusiva a este famoso enclave toledano. En otras ocasiones hemos tratado de forma extensa la presencia del maligno tanto en el callejero como en las leyendas y mitos de la Ciudad de las Tres Culturas, pero no habíamos narrado la procedencia del callejón del Diablo. Vamos a ello.
Una ascendente travesía desde la calle del Lócum nos lleva hasta la calle Coliseo, por unos desgastados escalones que acceden hasta un cruce de varias calles que se ensancha, en el que si levantamos la vista observamos en uno de los muros de ladrillo una pequeña placa cerámica que indica que nos encontramos en el ahora famoso “Callejón del Diablo“.

No hace tantos años este oculto rincón en el laberinto toledano permanecía olvidado y desierto por las noches. Pero las numerosas visitas guiadas nocturnas en las que se narran las leyendas y los misterios de Toledo han recuperado para el trasiego turístico este rincón.
Cuenta nuestro querido buen amigo Luis R. Bausá, en su libro “Toledo insólito“:
“Sugerimos al viajero-lector que se adentre por el Callejón del Vicario, baje por la calle de Sixto Ramón Parro, y enlace a través de la Plaza de los Cuatro Tiempos con la calle del Locum para arribar hasta dos de los más interesantes rincones misteriosos que no podemos dejar de citar: la travesía del diablo, y el callejón del infierno, cuyas referencias no son en absoluto claras, aludiéndose en algunos casos a la leyenda, y en otros casos a la hechicería como justificaciones de sus nombres, y así nos aparece una protagonista -a quien se denomina genéricamente como la “Diablesa”- que será la encargada de preparar los filtros para que don Felipe de Pantoja, caballero mozárabe, consiguiera los amores de Rebeca. Un trágico final termina con estos amores, con incendio pavoroso y quema de la hechicera incluido, sumiendo al lector en una sensación de pesadumbre.
A nosotros se nos antoja como posible la siguiente explicación: cuando una persona era procesada por el Santo Oficio, y condenada a la pena capital, (“relajación” en la jerga inquisitorial) el reo era obligado a portar una camisola infamante, el “sanbenito”, mientras duraba la procesión que precedía al auto de fe. Pero tras la quema del hereje, la camisola no perecía en las llamas, sino que permanecía en la parroquia de la que esta persona era feligrés, para continuar la mancilla, el ultraje a su nombre y el de su familia.
En los casos en el que se desconocía la procedencia del reo, se colocaba el sanbenito en la puerta o ventana de la casa en que había vivido, sin que pudiera ser retirado por nadie, porque de hacerse, constituía delito contra el Santo Oficio. Estas telas llevaban dibujadas unas llamas (hacia arriba o hacia abajo dependiendo de si el reo se había arrepentido o no, y tenía por tanto el privilegio de ser dado muerte con el garrote vil, o por el contrario ser quemado vivo) y frecuentemente unos demonios, lo cual servía para ilustrar al pueblo sobre el destino que le esperaba al pobre desgraciado: las llamas eternas del infierno, y la compañía de los demonios. Tal vez alguno de esos sambenitos quedará por espacio de décadas colgado en alguna casa de este barrio, y tal circunstancia diera lugar a los nombres del infierno y el diablo.”

En un anterior artículo ya tratamos la presencia del Maligno en Toledo, intensa y extensa. También puedes conocer el legendario “Callejón del Infierno“.
Toledo es la única ciudad en la que puedes pasear del callejón del Infierno al Diablo en unos pocos metros, llegando en un agradable paseo hasta la Catedral, no muy lejana a estos siniestros lugares.

